EJERCICIO 1
A La fruta que robé y mi padre no
No éramos realmente amigos. Simples vecino que compartíamos travesuras. Su flia. era adinerada y su casa una de las mas lindas del barrio. La mía era la mansión más grande de la zona del Prado, aunque no fuera mía exactamente y si fuera la casa que mi padre, el casero, cuidaba. Yo vivía en la otra casa de enfrente pero dentro de la misma enorme propiedad. Por lo tanto, a los ojos del resto del barrio adinerado, mi flia. no era una familia rica, pero a mis ojos y los de mis vecinitos, lo parecía y era suficiente para mi.
También éramos iguales a la hora de planear travesuras.
En el fondo de casa vivió durante un tiempo un hombre que tenía muchas cosas plantadas: flores, plantas extrañas, árboles. Tenía un tejido alrededor que era lo único que nos separaba y que con un poco de trabajo se podía acceder desde mi fondo. Ese poco de trabajo implicaba pisar el tejido y romperlo, algo no muy difícil. Y el premio era suculento: un enorme árbol de nísperos jugosos nos esperaba del otro lado. Así lo hicimos mi vecino y yo. Juntamos cuantos nísperos podían guardar nuestros pequeños bolsillos y manos y corrimos de nuevo hasta mi casa pasando por encima del tejido caído.
No fue, vale decirlo, el crimen perfecto, y una vez que el vecino del fondo se lo comentó a mi padre este me retó severamente y me puso en penitencia en mi cuarto, no dejándome salir por el resto del día. De nada sirvió que le dijera que la culpa había sido de mi vecinito, el de la casa linda de la esquina, el hijo de Don Fulano de Tal. Eso solo aumentó su enojo y mi reprimenda. Como si le hubiera dicho algo que no quería escuchar.
Ese día solo podía ver por mi ventana el tiempo y la gente pasar. Hasta que detuve mi mirada en la esquina. Ahí estaban charlando y sonriendo amistosamente el vecino ultrajado, el padre de mi cómplice (Don Fulano), éste jugando con su triciclo y mi padre.
Mi única reacción fue incomprensión hacia la actitud de mi padre. ¿Por qué había sido tan duro conmigo y no había pedido el mismo castigo para el otro niño? ¿No me había creído a mi y si a el? “Mi padre creía en cualquiera menos en mi”, fue la respuesta a la que me aferré entonces
Mucho rato después mi padre entró al cuarto y sin decir palabra me ofreció una bandeja de nísperos enormes, mucho más grandes y jugosos que los robados y se sentó a mi lado. Yo me quedé un rato inmóvil en mi cama pero el hambre fue mayor que el orgullo y empecé a comerlos en absoluto silencio. Pasamos así un rato. En silencio. Pero con la sensación de mi parte de que el debía decir algo y explicarme para quitarme la sensación que me había dejado rato antes. El no dijo nada y yo tampoco. Ninguno iba a entender al otro seguramente. Las cosas se entienden con el tiempo aunque hablar ayuda si hay alguien realmente escuchando, y no había nadie así en esa habitación.
B Una noche en la fábrica
Fuimos al BAO. Me llevaba seguido a su lugar de trabajo y de noche solo estaba el sereno. Y me mostraba las enormes instalaciones de esa fábrica. Charlaba un rato con el sereno mientras yo trataba de no irme muy lejos y perderme. Era 1985 y yo recién había empezado el liceo público tras años de Colegio Privado. Un cambio que me venia siendo difícil de asimilar pero que todavía no había comentado con nadie quizás por no saber como. Cuando volví junto a los mayores hablaban de mí. “¿Así que empezaste el Liceo?” me pregunto el sereno. “¿Y te gusta?” agregó. “Si” respondí secamente. Se dirigió a mi padre y le comentó lo difícil que había sido para su hijo el cambio y que en los primeros días venia siempre llorando después de clase. “¿Y por qué?” preguntó mi padre. “Es que el cambio es muy grande”. “¿Y que hicieron?” pregunto de nuevo mi padre. “Hable con él. Le pregunté lo que le pasaba, lo escuché, se desahogó y le expliqué que ya iba a pasar, que era normal”. Yo estaba asombrado. Lo mismo que me pasaba a mi era de lo que estaban hablando y no percaté en ese momento el orgullo de mi padre al decir: “por suerte éste lo viene llevando muy bien y se ha portado como todo un hombrecito”
Al día siguiente volví llorando del liceo, me encerré en mi cuarto y no dejé que mi madre me hablara. Sentí llegar a mi padre del trabajo y mi madre lo recibió con la noticia. “¿Pero por qué, por qué ahora?” fue la reacción de mi padre, con cansancio y molestia mezclados.
Esperé que mi padre entrara a mi cuarto pero nunca lo hizo. Al otro día tampoco me preguntó nada y cada vez que lo veía él bajaba la vista o miraba hacia otro lado.
No me di cuenta entonces, pero le estaba tomando examen como padre. Y lo estaba perdiendo para mí incipiente etapa preadolescente.
C "Cuando es para mí, digan que no estoy"
Mi tío agonizaba y todos sabíamos que su muerte era inminente. Hermano mayor de mi madre, tío favorito de mi hermana y mió y mejor amigo de mi padre desde la adolescencia. Esa noche cenábamos los 4 en casa (le tocaba a otro familiar cuidarlo) y sonó el teléfono. Y mi padre, que odia los teléfonos, se levantó antes que nadie. Yo miré a mi madre que no levantó la vista de su plato y noté su angustia. Mi padre atendió con calma y siguieron unos gestos y manifestaciones de aprobación:”ahá, si, bueno, está bien”. Volvió a su silla y exclamó con voz tranquilizadora: “bueno, ya está, el tío murió y ya no sufre mas” y siguió comiendo. Y todos seguimos. Yo lagrimee pero no lloré, ni mi hermana, ni mi madre. Si la reacción de mi padre hubiera sido otra quizás hubiera seguido una escena de llantos y abrazos. Pero la forma natural con la que mi padre nos dijo lo que todos esperábamos nos hizo sentir tristes pero aliviados. Su mejor amigo y familiar había muerto. Pero su familia estaba viva y esperando por lo que él dijera.
Fue la primera vez que me sentí orgulloso de la dureza de mi padre. Y comprendí que su coraza era muchas veces una capa que usaba para protegernos a todos y no a solo a él. Justo en mi adolescencia, la etapa en la que más veces le reproché cosas como no haber sido el padre perfecto que esperaba de niño. Justo antes de darme cuenta de que tal vez no había sido el mejor padre del mundo, pero si el mejor tipo que conocí en mi vida
EJERCICIO 2 La mansión de los Principes
No vivíamos en ella exactamente. Mi padre era el casero y la casa del casero estaba enfrente de ella. Pero dentro de la misma propiedad. Ya la casa del casero era suficientemente grande. De 2 pisos, 3 cuartos y muy cómoda. Pero era imposible no tentarse y pasar la mayor parte del tiempo en “la mansión”. Así la llamábamos todos. Era la casa de los Príncipes Volchakovh o algo así. Unos descendientes de unos príncipes rusos. Los dueños actuales, o los que conocí, eran uruguayos. Una Sra. y sus tres hijas de unos 20 años que vivían en el exterior y cada vez que venían se quedaban en la mansión y jugaban conmigo y mi hermana y nos llenaban de regalos. Eran absolutos desconocidos para mi con los que me sentía a gusto a pesar de no entender porque ocupaban la mansión cuando querían. Cuando no jugaba con las hijas, las únicas personas adultas con las que me sentía a gusto cuando me besaban y apretujaban contra sus cuerpos como si fuera su juguete, me quedaba en la casa del casero, mi casa, mirando por la ventana esperando el día que se fueran y pudiera entrar de nuevo.
Entonces volvía a subir la escalera hacia la entrada. La puerta enorme de 2 hojas se abría pesadamente pero sin ofrecer mayores obstáculos para un pequeño de 5 o 6 años. La gran alfombra con dibujos que nunca llegue a entender era una especie de camino hacia la sala principal. Completamente vacía. Sin muebles, ni cuadros, ni fotos sobre la gran chimenea. Nunca me pregunté por que nadie vivía ahí ya que lo que me interesaba era que yo vivía a 10 mts. y entraba cuando quería. Incluso me festejaron más de un cumpleaños ahí. No se si era correcto, o los dueños lo permitían pero eso era algo que a mi no me importaba en lo absoluto.
Para dar una pauta del tiempo que pasaba en la mansión puedo decir que no recuerdo la cocina de la casa del casero pero si la de la mansión. Era pequeña en comparación al resto de la construcción. De azulejos celestes y placares del mismo color pero mas oscuro. Por supuesto no había ningún utensilio colgando ni nada en los cajones de madera. Pero si había una heladera que se usaba en casos especiales como cuando hacíamos alguna reunión familiar en el fondo de la casa y debíamos proveerla de alimentos. Podía ser la cocina de cualquier otra casa. Nada especial, solo que era la primer parte de la casa a la que se accedía siguiendo el camino indicado por la alfombra. Luego había una sala que yo no tenía idea para que era pero que tenía un enorme ventanal que dejaba ver el parque en toda su extensión. Podía acceder a dicho parque desde el exterior de la casa pero yo prefería entrar y abrir el ventanal, levantar las cortinas, dejar que la luz inundara la sala y entonces si, llegar al parque, el cual por supuesto, era la cancha de fútbol del barrio. Dicha casa me coloco en una posición importante dentro de la mini sociedad infantil del barrio. Si bien todos vivían en grandes casas, la mansión y su parque ocupaban media manzana. La otra mitad era un campo seco desde que se había mudado quien vivía en el, donde solo había un ombú enorme el cual era parte de nuestro lugar de juegos también.
Otra vez dentro, desde la sala de estar se podía subir a la planta alta por 1 escalera de madera fina al costado del pasillo que uno se encontraba al entrar a la casa. En el otro costado estaba uno de los baños. El más pequeño. Subir la escalera era agotador pero inevitable. Antes de llegar a la planta alta uno se encontraba con un majestuoso Vitró parecido al que estaba en la Iglesia de mi colegio solo que no había ninguna forma celestial en este y si estaba lleno de formas geométricas que no me decían nada. Subiendo unos escalones mas se llegaba a la planta alta donde estaban los 4 cuartos, todos diferentes en tamaño, el escritorio y 2 baños mas.
Pero las habitaciones de arriba no me interesaban. Una vez arriba había un ritual sagrado que era mirar para abajo desde el borde del pasamano que continuaba a pesar que la escalera no. El pasamano era la única barrera entre el pasillo de la planta alta y el vacío, el caer hacia la enorme sala de estar y su alfombra. Un acontecimiento que sufrieron todos mis juguetes ante mi placer. Verlos caer desde semejante altura era como verlos caer en cámara lenta y me daba tiempo para imaginar lo que podían decir mis muñecos mientras caían hacia una muerte segura. Los que sobrevivían, la mayoría de plástico, volvían a jugar conmigo. Los que se hacían pedazos me dejaban una mezcla de dolor y placer por lo visto, en especial los autitos a los cuales me hubiera gustado ver explotar al caer, tal como en las películas.
Es que la mansión era de película, nada parecía real, no parecía ser un lugar construido para ser habitado, solo para jugar e imaginar situaciones como en el cine.
Años después, al pasar de nuevo por ahí, la mansión no parecía tan grande como antes. Todo se había reducido y yo estoy seguro que no había crecido tanto. Sin embargo cuando la recuerdo la veo en mi mente como la veía cuando era niño y no logro recordar muy bien lo que vi cuando la fui a visitar muchos años después. Es como si la memoria infantil de mi vida y mis vivencias ahí no permitiera ser modificada por la simple visita de un adulto.
19 febrero 2008
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